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                     “Saber no es suficiente, hay que aplicarlo. Querer no es suficiente,  hay que hacerlo” (Goethe). 
Los damascos de mi jardín (denominados  albaricoques en España) han dado este verano una cosecha fantástica. Tras  regresar de un largo viaje, nos encontramos el suelo tan repleto de frutos que  mi mujer decidió aprovecharlos y hacer mermelada. Para quienes no la hayan  probado, la mermelada de damasco es una de las mejores que se puede comer. El  asunto no tendría nada de particular si no fuese porque mi mujer nunca había  hecho mermelada ya que otros años regalábamos los damascos a su madre. El caso  es que se puso manos a la obra y tras un laborioso proceso de maceración,  cocción y envasado al vacío, me pidió probar el resultado de su esfuerzo. La  verdad es que le quedó espectacular, a la altura de las mejores mermeladas que  he degustado. Cuando le pregunté cómo la había hecho, pensé que me diría que  había llamado a su madre para pedirle ayuda. Sin embargo, me respondió que  buscó una receta en internet y se limitó a seguir los pasos al pie de la letra.  ¿Me bastaría a mí con leer esa misma receta para hacer una mermelada tan excepcional?  Ni por asomo. El conocimiento no está en internet sino que es un atributo  humano. El conocimiento es la experiencia que te permite tomar decisiones y  actuar. Las recetas, por si mismas no puede decidir ni actuar, al menos por el  momento… 
                    El año pasado, en uno de los grupos  de gestión del conocimiento de Linkedin en que participo, se planteó la  siguiente discusión: ¿Importa si  consideramos la receta de la Coca Cola como información o como conocimiento? Importa muchísimo. Si consideras que los documentos de tu empresa contienen  conocimiento, entonces tan solo debes preocuparte de almacenarlos en un software  de gestión documental y asegurarte de que estén fácilmente accesibles (que es  el error que han cometido la mayoría de iniciativas de gestión del conocimiento).  Sin embargo, si consideras que una receta contiene únicamente información,  entonces sabes que recopilar documentos no basta. Leer 10 libros de cocina no  te convierte en cocinero. Necesitas asegurarte de que las personas 
					cuenten
					 con  el conocimiento suficiente para que, llegado el momento, sepan aplicar dicha  información. Ese proceso de adquirir conocimiento es mucho más complejo y  laborioso que el de acumular información y se llama aprendizaje. 
                    ¿Dónde radica entonces el conocimiento? El  conocimiento reside en el cerebro de las personas. Imagina que 2 individuos  tienen acceso a la fórmula secreta de la Coca Cola. Uno de ellos es un experto  químico y el otro un futbolista de primer nivel mundial. ¿Qué puede hacer el  químico con la receta? Posiblemente, si cuenta con el instrumental adecuado,  sería capaz de producir la bebida. ¿Y qué puede hacer el jugador de futbol (o  un cura, un abogado, un político…)? Pueden leer la receta mil veces pero es  casi imposible que pudieran fabricar una gota del refresco por mucho esfuerzo  que hiciesen en memorizar la fórmula. 
                      La información se mantiene como  tal hasta que alguien es capaz de aplicarla. Si un documento tuviese  conocimiento, la fórmula de la Coca Cola podría por si sola fabricar el brebaje.  Sin embargo, tienen que intervenir personas con conocimiento específico para transformar  esa información en la bebida. El conocimiento es una conexión  neuronal. Pensar que el conocimiento reside en un texto es igual que creer  que la clave para escribir un libro está en el bolígrafo o en el computador que se  utilice o que el pincel o el lienzo explican el éxito de un buen cuadro. El conocimiento  está en la persona, el resto son recursos que pueden resultar imprescindibles y  por tanto merece la pena tenerlos disponibles. 
                      La información es siempre el  resultado del conocimiento. No puedes generar información si no tienes  conocimiento respecto de la temática en cuestión. Todo documento es una  representación incompleta del conocimiento de su autor. Y sino, prueba a leer  el manual de cualquier aparato que hayas comprado recientemente. Si te pido que  escribas un tratado sobre cómo andar en bicicleta, lo que plasmarás será  bastante pobre en relación con lo que verdaderamente sabes. Un documento  contiene solo la parte consciente que la persona es capaz de rescatar. Desde  luego, es mejor que nada pero a ese escrito, le faltan gran cantidad de  detalles importantes del contexto que son tácitos, inconscientes y, además,  intransferibles de forma directa.  
                      Un libro de cocina contiene  información que pasó del cerebro del cocinero al papel y puede incluir lo que  sabe (los ingredientes para elaborar una mermelada) o lo que sabe hacer (cómo  preparar la mermelada). Si los libros de cocina fuesen conocimiento, bastaría  con comprar todos los libros de cocina que se han publicado y cocinar sería un  ejercicio obvio (algo que incluso los programas de cocina tan en boga  actualmente en la TV han refutado). Para hacer que otra persona convierta esa  información en conocimiento, se necesita aprendizaje y para ello el requisito  imprescindible es hacer. Las personas aprendemos cuando experimentamos y  practicamos. Por eso, por más que yo acceda a la receta de la mermelada de  damasco, no hay garantía ninguna de que obtendré un resultado comestible. De  hecho, 2 personas que disponen de la misma información (leen idéntica receta),  es 
					  seguro
					   que no obtendrán el mismo producto (harán una mermelada diferente). La  receta lleva mucho tiempo en internet, a solo un click de distancia para quien  la quiera utilizar. Lo que convierte la receta en mermelada es el conocimiento  y eso ocurre cuando la receta pasa desde internet a la cabeza de alguien, en  este caso de mi mujer, que la aplica. El mejor de los mundos tiene lugar cuando  la información se encuentra con el conocimiento capaz de aprovecharla. 
                    Saber cómo se hace algo (tener información) no equivale a saber  hacerlo (tener conocimiento). El conocimiento es  información en acción. Si has visto algún partido del recientemente finalizado  Open de Australia de Tenis, seguro que sabes cómo se saca pero eso no significa  que sepas sacar. La información contenida en tus libros de recetas no se convierte  en conocimiento hasta que eres capaz de cocinar un plato. Y tendrás mucho  conocimiento si el plato te sale estupendamente y eres capaz de preparar muchos  platos distintos y tendrás poco conocimiento mientras te salgan mal. Tu empresa  te valora por tu conocimiento, por lo que eres capaz de hacer, mientras el  colegio y la universidad te valoran por lo que sabes (la información que  retienes). En el mundo laboral, tienes conocimiento en algún ámbito cuando  puedes actuar y decidir sobre ese 
					ámbito
					 y no solo cuando sabes acerca de ello.  Cuando sabes pero no puedes hacer, entonces solo tienes información. Por eso  mismo, los libros que utilizan los niños en el colegio y los jóvenes en la  universidad, están repletos de información que únicamente se transforma en  conocimiento cuando se aplica repetidamente. Lo que debiese llamarnos la  atención son las pocas cosas aplicables y de utilidad futura que hay en toda  esa cantidad de libros que año tras año compramos a precio de oro para la  supuesta educación de nuestros hijos. La explicación es evidente: es mucho más  cómodo que los niños lean libros y escuchen al profesor que tener que  esforzarse en hacer, practicar y demostrar desempeño, como implora Goethe. Cada  vez que lees, adquieres información y en ocasiones, te entretienes, lo que tiene  un valor indudable. Pero no nos engañemos, no adquieres conocimiento hasta que  no lo puedes aplicar. El sistema educativo es ineficiente en medir  conocimiento, lo único que evalúa es la capacidad de retener información en un  momento concreto. Existen mecanismos más apropiados para guardar información  que nuestro cerebro. Sin embargo, nuestra mente no tiene rival a la hora de  gestionar conocimiento. 
                    “Hay diferencia entre saber el camino y recorrer el camino” (Morfeo en Matrix). 
  ¿Qué importancia le damos entonces  a la información? Tenemos acceso a mucha más  información de la que somos capaces de procesar. Es indiscutible que la  información es un activo fundamental en una empresa y por tanto hay que contar  con una estrategia para administrarla. No es casualidad que la fórmula de la  Coca Cola se mantenga en estricto secreto. Aunque la información por sí sola no  basta, decidir sin apoyo de información puede ser arriesgado. Pero es un error  grave, y muy frecuente, confundir información con conocimiento. El conocimiento  es tu propia experiencia (y por tanto es un proceso interno) mientras la  información es la experiencia de otros (algo externo a lo que puedes acceder a  través de múltiples fuentes). Si consideramos que solo tienes conocimiento cuando  puedes aplicar la información y actuar, entonces el conocimiento no puede  residir en un documento. Sin intervención del hombre, la información pierde su  valor. Si te regalo la fórmula de la Coca Cola, con el detalle de los  ingredientes, cantidades y forma de preparación, pero no sabes leer (no tienes  conocimiento), no te sirve de nada. Si no sabes inglés, no te sirve de nada. Si  no sabes matemáticas, no te sirve de nada. Si no hay conocimiento de química en  el ser humano que lee la fórmula de la Coca Cola, la receta es inútil. Pero  cuando ese conocimiento existe, entonces la información puede ser una ayuda muy  valiosa. Por eso, acumular los documentos de una empresa no es suficiente. Obligar  a que todos los colaboradores los lean no asegura que sabrán actuar o tomar decisiones  adecuadas y, menos aún, improvisar cuando las cosas no ocurran como aparece en  el manual (que es lo más 
  habitual).
   
                      Es indispensable  asegurar que la información, inteligentemente ordenada, se encuentre disponible  para las personas cuando la necesiten. Pero el gran desafío de las  organizaciones actuales no consiste en ordenar información sino garantizar que sus  integrantes tengan el conocimiento adecuado (hayan aprendido) para saber  aplicar la información que se les suministra. Aprender consiste en convertir  información en conocimiento. El aprendizaje es la única fuente de producción de  conocimiento. Si queremos que una planta crezca, la regamos y  si queremos que una empresa crezca, tenemos que regar sus conocimientos. El  foco son las personas, no los sistemas ni la información.  
                      Ahora bien,  todo esto cambiará en cuanto las máquinas aprendan a recolectar información y convertirla  en conocimiento. Existen ya robots que aprenden a  cocinar igual que tú viendo videos en YouTube. La inteligencia artificial está cerca de cambiar el trabajo, la  gestión de las organizaciones y desde luego, la educación. Mientras ese día llega, yo disfruto de la suerte de que mi mujer siga haciendo una magnifica mermelada de damasco. 
                     
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