En ajedrez, el que pierde es el que más  aprende (Leontxo Garcia). 
                    Agosto fue  un mes complicado. Para empezar, me cambié de casa, lo que siempre genera  innumerables inconvenientes (aunque haciendo memoria, comprobé que me he mudado  21 veces de vivienda). A continuación, el proveedor de internet me tuvo 2  semanas desconectado causándome serios problemas que todavía no he logrado  solventar completamente. Sin embargo, la principal razón es que me robaron mi  mochila con el portátil y la cartera (y con ella, todos los documentos y  tarjetas de crédito). Y esto si que fue una pequeña catástrofe. 
                    Desgraciadamente, tampoco este  hecho es nada nuevo. Desde que vivo en Chile, me han robado 2 veces el portátil  (lo intentaron una tercera y al no tener éxito, me pincharon la rueda de la  camioneta por 11 sitios), 2 veces el teléfono (y lo intentaron otra vez mientras  lo tenía pegado a la oreja ya que estaba hablando) y 2 veces la bicicleta, además  de los retrovisores y la antena del coche, el cubo de la basura, etc. También  han entrado varias veces en mi casa, la última a comienzos de año cuando me  encontré con el ladrón en mi cocina. Si hasta me robaron dinero de la taquilla  del gimnasio (que estaba cerrada con candado) e incluso me sacaron gasolina de  la moto cuando la llevé a un taller para que le hiciesen la revisión anual. Con  estos antecedentes, parece legítimo preguntarse: ¿Habré aprendido algo? Si  aprender es acumular experiencia 
					reutilizable
					 en el futuro para no cometer 2  veces el mismo error, al menos me queda el consuelo de que los robos han sido  todos diferentes… Dado que mi pasión es el aprendizaje, existen 2 niveles en  los que hay cosas interesantes que aprender de este lamentable episodio: 
                      1. En el nivel específico del incidente: En esta ocasión, el robo sucedió mientras estaba en  una
                      zona de reciclaje de basura.  Aparqué a escasos 5 metros de los contenedores e hice varios “viajes” de unos 30  segundos cada uno desde mi camioneta para tirar papeles, cartones, plásticos y  tetra bricks. Los ladrones, que no está claro si utilizan un aparato que  detecta las baterías de litio de los portátiles, detuvieron su coche junto a mi  vehículo y aprovechando uno de mis viajes, se bajaron, abrieron la puerta de mi  camioneta, sacaron mi mochila y se esfumaron. La única buena noticia, fruto de  un aprendizaje anterior, es que la mayor parte de la información la tenía  respaldada en 2 discos externos que actualizo regularmente. Además, ese  portátil estaba empezando a dar signos de cansancio y ya había decidido sustituirlo.  Sin embargo, el trabajo de los últimos días (una presentación para una conferencia  y el informe de un 
					  proyecto)
					   estaban en un pendrive que guardaba en la misma  mochila con lo que tuve que pasar bastantes horas del mes rehaciendo trabajo. Ya  con un nuevo portátil en mis manos, estos son los cambios que he realizado  fruto de lo aprendido: 
                      Disminuir los riesgos: Lo primero  que hice fue empezar a trabajar en la nube, es decir, colocar todos mis  archivos en internet (opciones como One Drive, Google Drive, Dropbox) de forma  que perder un dispositivo no signifique perder la información.
                      Diversificar los riesgos: La  segunda medida ha sido no volver a llevar el pendrive y la cartera con mis  documentos en el mismo lugar (mochila) que el portátil.
                      Dificultar el trabajo a los  delincuentes: Otra acción, cuya eficacia desconozco, fue instalar un programa en  mi portátil para hacerle seguimiento en caso de robo y que permite además  bloquearlo a distancia.
                      Redes de apoyo: Aunque ya lo  sabía, la experiencia me recordó que quien tiene un amigo, tiene un tesoro. Gracias  a la ayuda de mi hermano y mi amigo José Caraball, en pocas horas tenía un  portátil para reanudar el trabajo y días después, un portátil nuevo traído de  USA para recuperarme del mazazo. 
                      Dependencia de la tecnología:  Dependo tanto de mi  portátil, y de la información que contiene, para llevar adelante mis  actividades profesionales que se ha convertido en un apéndice de mi cuerpo, en un  órgano más, una extensión de mi cerebro, y eso es peligroso.
                      Víctima y no culpable: Cada vez  que sufres un robo, no puedes evitar preguntarte ¿qué responsabilidad tengo?  Excepto si eres intencionadamente descuidado, los únicos responsables son los delincuentes  que te robaron y tú no eres más que la víctima. Son miles las posibilidades que  tienen para robarte y por muchas precauciones que tomes (que las debes tomar),  en algún momento serás vulnerable, no lo podrás impedir al 100%.
                    Sin embargo, ocurren 2 cosas interesantes  durante los instantes posteriores al descubrimiento de un robo: por un lado, te  sientes violentado cuando alguien impunemente (y en este caso conmigo a 5  metros) decide arrebatarte algo tuyo y aprovecharse de tu esfuerzo. Por otro,  compruebas que, sin documentos ni tarjetas, quedas totalmente desvalido, no  eres nadie ni puedes hacer nada. 
                       2. En el nivel general: Lo primero  sobre lo que hay que reflexionar es ¿por qué me roban?
                   Latinoamérica presenta niveles de  desigualdad sangrantes. A finales de julio, una encuesta del Instituto Nacional de Estadística en  Chile arrojaba datos escalofriantes: el  71,4% de la fuerza laboral tiene ingresos mensuales inferiores a 828 dólares  (698 euros), solo el 9,7% percibe ingresos de 1.600 dólares al mes (1.350  euros) y únicamente el 1,2% gana 4.800 dólares (4.048 euros) y eso en un país  como Chile, con los mayores niveles de desarrollo y la economía más sólida de  la región. ¿Cómo se puede vivir con 800 dólares al mes en un país monetarizado hasta  el extremo, donde absolutamente todo cuesta dinero? 
                      Tengo 2 explicaciones respecto de  porque vivimos rodeados de tanta delincuencia: 
                      La explicación simplista es qué hay  gente que necesita dinero para sobrevivir, no lo tiene y recurre a robar.  Detengámonos en un aspecto: ¿Por qué hay tantísima gente que ingresa 800  dólares al mes?  Obviamente, se trata de  individuos que no tienen conocimiento de suficiente valor que “ofrecer al  mercado”. ¿Se trata de gente genéticamente inferior? O dicho de otra manera y  aunque suene brutal ¿son pobres porque son tontos? Evidentemente que no, está  demostrado que la genética tiene una influencia menor en la  inteligencia. Tienen la misma capacidad que  aquellos que perciben 4.800 dólares, la única diferencia es que no han  aprendido cosas valiosas y su conocimiento es de menor “calidad”. A estas  alturas, ya sabemos que tu vida depende del conocimiento que tienes. No puedes  hacer aquello para lo que no tienes conocimiento. Y el conocimiento que tienes  y tendrás, depende de tu capacidad de aprender. Si queremos cambiar esta  lacerante realidad (y no puedo imaginar otra prioridad mayor, de la que todos  salimos ganando) podemos endurecer las penas, aumentar la presencia policial,  construir más cárceles, etc. O, por otro lado, y no quiero parecer ingenuo, podemos  concentrar nuestros esfuerzos en entregar todas las oportunidades necesarias para  que ese 98,8% de ciudadanos chilenos que perciben ingresos indignos,  desarrollen conocimientos de alto valor. Y eso significa asegurarse de que  aprenden cosas relevantes y de manera eficiente en lugar de seguir enseñándoles  lo que olvidan rápidamente y les conduce a empleos de escasa utilidad. Estamos obligados  a ayudar a todos los que tienen menos (porque no saben lo 
					  suficiente)
					   y quieren  aprender. ¿Es factible? En sociedades más igualitarias, los niveles de  delincuencia son drásticamente menores y los de confianza, sideralmente mayores.  Recién en julio, pasé 1 semana en casa de mis padres en San Sebastian (España).  Mi sobrina perdió su teléfono móvil en un autobús urbano y el aparato apareció  intacto poco tiempo después. Yo acudí a un gimnasio donde me entregaron la  llave que me permitía entrar y salir a mi voluntad (sin que nadie lo vigilase y  sin que nadie se robe los implementos). Por supuesto que es factible, los  vascos y los europeos no son seres superiores, solo tienen mayores niveles de  conocimiento.
                      La explicación realista es que  hay personas que desean acceder a los productos que los medios de comunicación nos  prometen nos darán una vida más feliz y lo hacen a costa del trabajo de los  demás. No queremos reconocer que hemos creado un sistema que evita educar para  el juicio crítico y al mismo tiempo promueve el consumo desenfrenado. Los  consumidores necesitan cada vez más dinero que viene del trabajo propio o de  robar el trabajo ajeno. Y existen también culturas en las que ser pillo, engañar  y aprovecharse de otros con el propósito de ganar está bien visto (el futbol  nos regala ejemplos con cada partido). Estos casos, en los que no existe el más  mínimo interés en aprender sino en beneficiarse del conocimiento de los demás, hay  que combatirlos y perseguirlos firmemente pero no tanto por el perjuicio  económico que suponen sino por que amenazan los principios y valores más  sagrados. Si decidimos confiar en nuestros semejantes y entregar oportunidades  a los que más lo necesitan, el acto de violar esos acuerdos implica un desprecio  a la comunidad. Abusar de esa confianza es una injusticia para todo el resto  que cumple sus compromisos y una falta de respeto con todos los que hacen su  mejor intento por contribuir al bien común. Y ese es el límite que una sociedad  equitativa no puede dejar pasar.
                    
                      Conclusiones: La semana pasada  impartí un taller en una de las universidades más reconocidas de Chile y me  alertaron de que no abandonase mi portátil en el aula debido a la cantidad de  robos que vienen sucediendo. Fui también a recoger a uno de mis hijos a casa de  unos amigos en un condominio (urbanización) y me sentí accediendo a Alcatraz:  vigilantes que te piden el carnet de identidad, y anotan hasta la matrícula de  tu coche. Algo estamos haciendo mal cuando necesitamos esos niveles de seguridad.  No es normal vivir en casas enjauladas donde todas las ventanas tienen  barrotes, parece imprescindible contratar alarmas… Lo que tengo muy claro es  que no estoy dispuesto a vivir agobiado, vigilando continuamente mis espaldas,  sospechando que todos los que me rodean son ladrones potenciales. No quiero  acostumbrarme a desconfiar, aprender a temerme siempre lo peor y estar  preparado para ello. 
					  Sé
					   que pago un precio por ello, pero lo seguiré pagando.  El asunto es ¿qué aprendo de esta mala experiencia? algo que solo sabremos en el  próximo robo. Por eso, a la frase inicial de Leontxo Garcia hay que añadirle un  matiz: perder no conlleva automáticamente aprender, tienes que hacer un  ejercicio de reflexión y cambio para que el aprendizaje tenga lugar. 
                    Sabemos que las desigualdades en  los ingresos se dan por las diferencias en los niveles de conocimiento. Y  sabemos también que necesitamos aumentar las oportunidades de generar ese conocimiento,  es decir, fortalecer la capacidad de aprender de todos aquellos que quieren.  Parece obvio, pero va siendo hora de tratar a todos por su comportamiento y su  conocimiento y no por su origen, educación, sexo, posición social, apellidos o creencias. 
                     
                  
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