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Uno para todos y todos para uno: Gestión del conocimiento entre profesores
Javier Martínez Aldanondo
Gerente de Gestión del Conocimiento de Catenaria
jmartinez@catenaria.cl y javier.martinez@knoco.com Twitter: @javitomar
 

 

Nota: El 2 de julio estaremos en Barcelona con Aefol impartiendo esta sesión sobre Gestion del Error y el día 3 dictaremos este seminario sobre Retención de Conocimiento para el Centro de Estudios Jurídicos de la Generalitat de Cataluña.

(Artículo publicado en el blog de ayuda al estudiante del diario El País)
Poca gente sabe que la frase popularizada por los 3 mosqueteros en la inmortal obra de Alejandro Dumas es también el lema no oficial de un país como Suiza. Lo preocupante es que esa consigna, que representa el máximo paradigma del compromiso colectivo, se cumple muy esporádicamente en una civilización como la nuestra que goza de tantos recursos y conocimiento que compartir.

Diariamente somos testigos pero también protagonistas de comportamientos que persiguen a toda costa el interés personal. Los abundantes episodios de corrupción que inundan los medios de comunicación no son más que la punta del iceberg de esa fiebre de egoísmo. No debiese sorprendernos, solamente estamos cosechando lo que sembramos. Hace tiempo que apostamos decididamente por un modelo de sociedad basado en la competencia despiadada y en derrotar al rival a toda costa, en lugar de buscar el interés común y la colaboración. Lo sorprendente es que existen multitud de evidencias que confirman la naturaleza colaborativa del ser humano. El hombre nace altruista y con inclinación a cooperar y ayudar al prójimo, lo que demuestra que, desprovistos del barniz cultural, estamos intuitivamente dispuestos a colaborar con nuestros semejantes sin necesidad de que existan gratificaciones o castigos. ¿Dónde comienza entonces esta epidemia individualista?

Como padre, una de tus obsesiones es fomentar la colaboración entre tus hijos y desterrar el egocentrismo. Pero si analizamos el sistema educativo, comprobamos que los niños compiten encarnizadamente entre sí desde muy pequeños. La competencia no solo tiene lugar dentro del aula sino que se ha extendido incluso al proceso de incorporación en el que numerosos centros educativos exigen exámenes de admisión a criaturas de 5 años. El mensaje que les enviamos es inequívoco: tus compañeros son rivales que buscan alcanzar el mismo premio que tú, arréglatelas por ti mismo, nadie te va a ayudar, tu vida depende de tu esfuerzo personal. En este contexto, me llaman la atención las enormes dificultades que encuentra para trabajar de forma colaborativa un gremio especialmente estratégico como el de los profesores quienes “teóricamente” son expertos en aprendizaje y actores importantes en el proceso de formación de los ciudadanos del futuro. Los profesores no viven ni trabajan aislados de la sociedad a la que pertenecen, de la que son uno de los colectivos mejor valorados por los ciudadanos

No cabe duda de que los profesores operan en el “negocio” del conocimiento. La principal misión que, equivocadamente, les hemos asignado, consiste en transferir su conocimiento técnico (asignaturas) a sus alumnos, lo que les obliga a cumplir algunos supuestos elementales:

  1. Para tener conocimiento que transferir, previamente hace falta haberlo adquirido, es decir haber aprendido. Si partimos de la base de que el principal activo que tiene un profesor es su conocimiento, entonces no puedes ser profesor y enseñar a otros si no eres un experto en aprendizaje. Y si los profesores fuesen expertos en aprendizaje, no enseñarían como enseñan…
  2. Dado que el mundo cambia vertiginosamente, un profesor necesita estar en proceso de aprendizaje continuo, al igual que cualquier otro profesional. El objetivo de un profesor no debiese ser únicamente que sus alumnos aprendan sino sobre todo que se apasionen con aprender. Para ello, el profesor tiene que predicar con el ejemplo y actualizarse e incrementar su stock de conocimiento de forma permanente con especial énfasis en sus habilidades para ayudar a que sus alumnos aprendan. Cuanto más conocimiento tiene un profesor, más valioso se vuelve para sí mismo, sus alumnos, sus pares y por ende, para la sociedad en su conjunto.

¿Cómo aprenden los profesores? Una vez que un profesor ingresa a trabajar en un centro educativo, dispone de diferentes maneras de abordar ese proceso:

  1. Existe siempre la posibilidad de que cada profesor acometa el proceso de aprendizaje por su cuenta y riesgo, de forma individual e independiente. Esta opción, que forma parte de la manera en que las personas nos desarrollamos, se demuestra una estrategia muy limitada cuando se convierte en la única alternativa. Aprender en solitario, por ensayo y error, es lento y sobre todo muy ineficiente pero además, se evidencia absurdo en un entorno tan rico en posibilidades.
  2. Otra opción es que cada profesor aprenda CON y DE sus pares que, a fin de cuentas, viven la misma realidad que él y en muchos casos, cuentan con mayor experiencia y conocimiento que le podría ser muy útil. A esto se le llama colaboración. La oferta de actividades de aprendizaje (más allá de cursos y talleres formales) es casi infinita sobre todo si tenemos en cuenta las inmensas posibilidades que provee la tecnología. Por ello, resultan contradictorios los enormes esfuerzos que hacemos por lograr que los niños trabajen en equipo, desarrollen habilidades de comunicación, resolución de conflictos y aprendan colaborativamente mientras sus profesores no predican con el ejemplo.

¿Qué significa gestionar el conocimiento? Uno de los pilares que sostiene la gestión del conocimiento es el acto de colaborar (que no es sinónimo de compartir). Todas las personas contamos con conocimiento que nos permite desempeñarnos en nuestros puestos de trabajo. Dicho conocimiento aumenta enormemente su valor en el momento en que se pone en circulación, fluye y puede ser aprovechado por aquellos que lo necesitan. Al mismo tiempo, este mismo conocimiento se desperdicia y caduca rápidamente si cada persona se lo guarda para sí misma y lo gestiona de forma individual. Por tanto, gestionar el conocimiento implica sacar partido de todo lo que sabemos (que es mucho) y ofrecerlo como un activo que aportamos para el bien común y que está disponible para todo aquel que lo requiera. Gestionar el conocimiento obliga a declarar: “me comprometo a poner a disposición de los demás mi conocimiento, lo que yo sé, sin obtener más contraprestación que la confianza en que cuando yo necesite conocimiento, otros pondrán el suyo a mi disposición”. La gestión del conocimiento trata el conocimiento como un activo de propiedad colectiva y no individual.

¿Por qué tiene sentido gestionar el conocimiento y aprender de forma colaborativa? En un planeta cuya complejidad no cesa de crecer, nadie trabaja solo, nadie puede resolver problemas sofisticados por sí mismo y sobre todo, nadie lo sabe todo ni sabe más que todo el mundo. Cuando eres capaz de dominar la realidad gracias a que tu conocimiento te resulta suficiente, aprender no es una prioridad para ti. Pero en el momento que esa realidad cambia y tu conocimiento se demuestra insuficiente, entonces comienzas a lidiar con problemas (aquello que no sabes cómo se resuelve) y aprender se convierte en una urgencia, a veces cuestión de vida o muerte. En esos casos, existen muchas posibilidades de que lo que necesitas aprender ya lo sepa otra persona y por tanto, en lugar de recorrer todo el camino desde cero, te puedas beneficiar de ello, ahorrar tiempo e innumerables sinsabores y errores inútiles. El mantra de la colaboración se basa en ayudar (estoy disponible para entregar el conocimiento que tengo a quienes lo necesiten) y pedir ayuda (reconozco que no sé y espero recibir el conocimiento que no tengo cuando me haga falta). El conocimiento como intangible es un activo muy especial porque al contrario que los activos tangibles, no se pierde cuando se comparte. Si cada uno tenemos una manzana y tú me das la tuya, entonces yo tengo 2 manzanas y tú te quedas sin ninguna. Pero si cada uno tenemos un conocimiento y lo compartimos, entonces ambos nos quedamos con 2 conocimientos cada uno. Cuando comparto lo que sé, siempre gano ya que no pierdo lo que tengo y siempre tengo la oportunidad de incrementarlo. Conviene no olvidar que todos hemos llegado hasta donde estamos gracias a que otros nos ayudaron compartiendo su conocimiento, empezando por tus padres.

¿Qué conocimiento merece la pena compartir? Para responder esta pregunta, primero habría que decidir qué conocimiento es el más importante que tiene un profesor y que resulte de utilidad para sus pares y sus estudiantes. Contrariamente a lo que opina la mayoría, el conocimiento crítico no es el de sus asignaturas sino aquel conocimiento que permite a los profesores resolver los principales desafíos con los que tienen que lidiar para cumplir con sus objetivos, ya sean estos de manejo de sus alumnos, la relación con sus pares, alcanzar los resultados establecidos por el centro, el Ministerio de Educación, etc. El conocimiento técnico ni siquiera es muy relevante para los alumnos que, una vez adultos, sabemos que difícilmente harán la diferencia en tu vida como si la hacen una serie habilidades necesarias para aspirar a llevar una existencia madura, plena y que brillan por su ausencia en la sala de clases: aprender con facilidad, creatividad, análisis de situaciones complejas y razonamiento, comunicarte, trabajar con otros y resolver conflictos, tolerar el fracaso, escuchar, inteligencia emocional, etc. G.M: Treveylan lo expresa sabiamente “La educación ha producido muchos individuos capaces de leer pero muy pocos capaces de decidir qué merece la pena leer.”  La paradoja es que la mayoría de lo que enseñamos no sirve y lo que de verdad sirve, no sabemos cómo enseñarlo. ¿Están preparados los profesores para enseñar a sus alumnos ese tipo de habilidades? ¿O acaso lo más importante que aprendiste de tus padres fue cómo resolver ecuaciones o la capital de algún país exótico?

Son varios los conocimientos críticos susceptibles de ser compartidos entre los profesores

  1. Aquello que dominas, lo que haces bien, te da buenos resultados y puede resultar útil para otros que todavía no lo saben. Se trata de aquellos activos de conocimiento que puedes ofrecer a los demás como fruto de tu experiencia y que denominamos buenas practicas
  2. Aquello que no funciona, lo que sabes que no favorece conseguir los objetivos y que por tanto hay que evitar. Es lo que conocemos como lecciones aprendidas y que son fruto de errores de los que hemos sido capaces de aprender y pueden ayudar a que otros los eviten
  3. Aquello que no sabes, es decir, las preguntas para las que no tienes respuesta, lo que te genera dudas, lo que te causa problemas y que te sería de gran ayuda aprender y de lo que se aprovecharían tus alumnos

Si los beneficios de compartir conocimiento son tan evidentes, ¿Por qué cuesta tanto que los profesores gestionen su conocimiento y lo compartan? ¿Qué condiciones deben darse para que la gestión del conocimiento pueda ocurrir entre profesores?

  1. Tienen que querer: Me cuesta trabajo imaginar a una persona que escoja una carrera vocacional como la de profesor y no sienta pasión por su profesión. Alguien apasionado está siempre sumamente motivado a compartir y aprender cosas nuevas. Ocasionalmente es posible encontrar individuos que optan por guardarse el conocimiento para sí mismos en un intento por mantener su cuota de poder pero por suerte, esta situación no está generalizada. También podría pensarse que a medida que un profesor va cumpliendo años, corre el riesgo de desencantarse con su trabajo lo que disminuye su interés y su ánimo por aprender y colaborar. Sin embargo, cuanto más se acerca un profesor a la edad de jubilación, es cuando más conocimiento tiene y por tanto, cuando más valioso resulta. El peor enemigo para el aprendizaje es no querer aprender, considerar que ya lo sabes todo o que el resto de tus  colegas no tienen nada que enseñarte. Es cierto que resulta difícil hacer que alguien comparta si no quiere hacerlo pero al igual que pasa, por ejemplo, en un equipo de futbol, si un jugador no quiere pasar el balón a sus compañeros, en poco tiempo será excluido del grupo y no podrá seguir jugando. Compartir el conocimiento se tiene que convertir en un requisito de entrada a la profesión docente y desde luego una condición de permanencia. Si no estás dispuesto a compartir con tus colegas, no tienes sitio en esta organización sin importar lo que mucho que sepas. El cambio cultural consiste en pasar del “yo” al “nosotros” de manera que el todo termine por ser más que la suma de las partes y no menos. Necesitamos creer que trabajar compartiendo con otros, preguntando, ayudando, co-diseñando es mejor y más productivo que hacerlo por nuestra cuenta. Claro que una cosa es tener que trabajar colaborativamente porque la organización te lo exige y otra muy distinta es creer que trabajar con otros es más provechoso que hacerlo solo, aporta más valor, mejora la calidad del trabajo y genera aprendizajes que aportan, Sin entrar en el ámbito de las situaciones que ocurren en todo colectivo humano (malas relaciones entre compañeros, celos, competencia, etc), en general, los profesores quieren aprender y están dispuestos a colaborar con sus pares y transferir conocimiento entre sí. Hoy por ti, mañana por mí.
  2. Tienen que poder: Aunque los profesores quieran compartir, las condiciones laborales en las que se desempeñan no solo no incentivan ni favorecen el intercambio de conocimiento sino que muchas veces lo obstaculizan no dejando espacio alguno para que pueda ocurrir. No existen roles, responsables ni procesos para la colaboración. Si queremos fomentar una actitud colaborativa entre los docentes, hace falta generar instancias para que dicha interacción sea posible. Eso implica habilitar espacios físicos adecuados, asignar tiempos específicos y entregar recursos que faciliten la interacción entre pares y la sistematización de lo aprendido. Felizmente, las TICs favorecen que un profesor pueda acceder de forma casi instantánea al conocimiento y a la información que necesite sin apenas restricciones de tiempo o lugar geográfico. Las TICs facilitan también que el conocimiento generado en cualquier actividad de aprendizaje pueda ser registrado, almacenado y reutilizado por terceros de manera muy sencilla. Necesitamos instaurar medidas para que todo aquel que contribuya a aumentar el conocimiento de los demás sea reconocido y todo aquel que no esté dispuesto a compartir tenga claro que está trabajando en el sitio equivocado. La unidad de gestión y medición tiene que ser el equipo en lugar del individuo. Ahora bien, el elemento crítico consiste en que estas instancias colaborativas (espacio físico, tiempo y recursos) formen parte de la forma en que se trabaja y no, como hasta ahora, de algo que ocurre por caridad, si tenemos tiempo, si me caes bien, si nos queda presupuesto,… El desafío no menor es lograr que esas instancias ocurran de forma sistemática, planificada y estructurada y no como una actividad esporádica. Por suerte, tenemos un imponente arsenal de herramientas tecnológicas que nos facilitan la tarea.
  3. Tienen que saber: En la mayor parte de los casos, las personas no comparten su conocimiento porque no saben cómo hacerlo y la razón es muy fácil: Nunca les enseñamos. Si toda tu trayectoria por el sistema educativo está organizada como una competición donde tu único objetivo es sacar la mejor nota posible y donde colaborar con el aprendizaje de los demás y compartir lo que sabes no tiene espacio alguno, es lógico que tu vida laboral la ejecutes como una prolongación de esa misma competición donde solo se puede ganar si otros pierden y donde todos los esfuerzos los colocas en tu propio provecho individual. La solución pasa por formar a los profesores en una serie de metodologías y técnicas colaborativas y de trabajo y aprendizaje en equipo para que cada vez que un profesor va a enfrentar una tarea compleja:
    1. Antes de comenzar a trabajar, indague qué conocimiento hay disponible sobre ese tema y quien lo puede tener (acostumbrarse a buscar colaboración)
    2. Mientras ejecuta la tarea, necesitamos que reflexione sobre lo que aprende y cómo lo aprende y se dé el tiempo para sistematizarlo con la vista puesta en su reutilización posterior
    3. Cuando finaliza la tarea, es obligatorio que entregue como resultado de la misma el conocimiento y los aprendizajes generados durante el proceso para que terceros puedan sacar provecho

Por tanto, el foco se concentra en enseñar a los profesores a colaborar y compartir, a reflexionar sobre su experiencia (de forma individual y grupal), a sistematizar lo aprendido y almacenarlo para su reutilización posterior, a ejecutar actividades de puesta en común, a mejorar su habilidad para escuchar (están entrenados para hablar) y para preguntar (están entrenados para responder), a comunicar su experiencia (mediante historias y casos), a no tener miedo de reconocer ignorancia y a transparentar los errores.

Conclusiones:
Resulta curioso que a los expertos en aprendizaje les cueste tanto trabajo aprender unos de otros. No podemos hacer competir a los profesores igual que hacemos con sus alumnos y con tantos otros profesionales. El cáncer de la educación es obligar a los niños a competir para lograr su propio éxito personal, en lugar de buscar el bien común. La competencia interna corrompe el espíritu de la gestión del conocimiento ya que se trata de un acto colectivo más que individual que basa toda su potencia en un concepto simple: generosidad, es decir, estoy dispuesto a compartir lo más importante que tengo que es mi conocimiento. En realidad, consiste en sumar el conocimiento de otros a tu stock de conocimiento personal. Pasamos de “el conocimiento es poder” a “el conocimiento compartido es poder”. El conocimiento se malgasta y se termina marchitando cuando se guarda para uno mismo y por el contrario, se enriquece y cobra vida nueva cuando se comparte. Implementar la gestión del conocimiento entre profesores y lograr que compartir sea un acto reflejo y transparente es ante todo un cambio cultural, responsabilidad ineludible de los líderes educativos.

Un profesor solo puede hacer bien su trabajo si está equipado con todo el conocimiento posible y para lograrlo, dedicar tiempo a aprender es sagrado. El taller anual de profesores o la participación en un curso puntual no es suficiente. El proceso tiene que ser continuo, las actividades de aprendizaje tienen que formar parte del día a día por diseño. Por pura coherencia, los profesores no solo deben exigir a sus alumnos aprender diariamente y formarlos en la actitud de aprender y educarse toda la vida, sino que ellos mismos tienen que aprender y compartir con sus colegas. A fin de cuentas, el arte de convertirse en un buen profesor se aprende todos los días y nunca se termina de dominar.


 
 
 

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