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Gestionar el conocimiento de un país
Javier Martínez Aldanondo
Gerente de Gestión del Conocimiento de Catenaria
jmartinez@catenaria.cl y javier.martinez@knoco.com Twitter: @javitomar
 

 

El recurso natural más importante que tiene Chile es el cerebro de sus habitantes y ese recurso no lo ha querido nunca explotar nadie” (Jose Maza, Astrónomo y Premio Nacional de Ciencias).

“¿Qué separa la actual situación de pobreza que sufre África de un futuro de prosperidad? Una palabra: Conocimiento”. Con esa frase demoledora comienza Olúfẹ́mi Táíwò, intelectual nigeriano, esta breve charla TED donde explica magistralmente cuál es el verdadero problema (u oportunidad) del continente negro. “Tener tanto petróleo ha sido un desastre para el país” declaró Mohamed Alfaqeeh, ex embajador de Libia en España. Cuando en diciembre de 2016 trabajé por última vez en Venezuela (donde se encuentran las mayores reservas de crudo del mundo), me llamó la atención este cartel en las oficinas de Petróleos de Venezuela que decía “nuestra mayor reserva es tu conocimiento”. Los países más avanzados no escapan de esta regla. El experto Christian Welzel declaraba en una entrevista: “Depender de los recursos naturales es más una maldición que una bendición porque obstaculiza la inversión en capital humano. Alemania, que no tiene muchos recursos naturales, solo puede invertir en la capacidad intelectual de su población”.

 

Hace años, leí una frase (no he podido rescatar la fuente) que me resultó violenta e incluso ofensiva: “Los países subdesarrollados, lo son porque quieren”. En julio y agosto, me reuní con la directiva de la asociación de industriales de Chile para preparar la conferencia que debía impartir en su foro anual. Me pidieron que abordase “hacia dónde va el mundo”. Dado que responder a ese desafío te coloca en situación pasiva, como un pasajero al que trasladan hacia un destino que otros ya decidieron, les propuse mejor referirme “hacia dónde queremos que vaya”. Analicé la lista de los 10 países más desarrollados y lo primero que pude constatar es que todos son democracias (las dictaduras no favorecen el bienestar) y de clima templado. Pero, además, tienen al menos 2 características en común:

  1. Son intensivos en conocimiento. Noruega, Australia, Suiza, Dinamarca o los Países Bajos no destacan a nivel mundial por ser productores de materias primas. Se trata de naciones que basan su riqueza en el conocimiento que han logrado acumular. Nuevamente me tengo que referir al libro “Creando una sociedad del aprendizaje” del premio Nobel de economía Joseph Stiglitz en el que afirma que “lo que verdaderamente separa a los países desarrollados de los menos desarrollados no es la brecha de recursos sino la brecha de conocimiento”. Si nos fijamos en las últimas iniciativas empresariales que han sobresalido y desestabilizado industrias completas (Uber, Airbnb, Netflix, Spotify, WhatsApp, etc.) en todos los casos se trata de modelos de negocio basados en conocimiento y no en activos físicos. Las tendencias actuales que acaparan la atención de los medios, llámense transformación digital, inteligencia artificial, automatización o innovación disruptiva dependen única y exclusivamente de intangibles, sobre todo de la capacidad de aprender.
  2. Trabajan menos horas. Holanda, Dinamarca, Alemania, Suiza y Suecia son los países con la jornada laboral más corta del mundo. Dedican más tiempo (y dinero) al ocio, lo que no les impide liderar los rankings de bienestar. Está claro que no hay que trabajar más sino trabajar menos y mejor y dormir más. ¿Cómo se consigue? La palabra mágica es productividad. La renta per cápita en Alemania para el año 2016 fue de 41.936 dólares mientras la de Chile fue de 13.792 dólares. La jornada laboral promedio en Alemania fue de 1.371 horas trabajadas mientras en Chile fue de 1.988 horas. Las 2 conclusiones son obvias: Un trabajador alemán es 3 veces más productivo que un trabajador chileno. Y eso lo logra trabajando un 30% menos de tiempo (600 horas, que equivale a disponer de 3 meses más de vacaciones). Si partimos de la base de que no existe diferencia “genética” entre un alemán y un chileno (la raza aria no es superior ni cuenta con un ADN privilegiado), la única diferencia radica nuevamente en el conocimiento. La ventaja del conocimiento, al revés que ocurre con las materias primas, es que no tiene límites. La capacidad de mejorar y crear nuevas ideas es infinita mientras los recursos naturales están al borde de agotarse.

Ahora bien, siempre que se habla de gestión del conocimiento, se piensa en términos de administrar los activos intangibles de las organizaciones. La literatura, la producción académica o la oferta de servicios asociados a la gestión del conocimiento tienen como destinatario casi exclusivo el mundo de la empresa. En cualquier organización, el conocimiento es susceptible de ser administrado a nivel de equipo, de área, de unidad de negocio o de toda la institución. Sin embargo, la gestión del conocimiento ocurre, al menos, en otras 2 dimensiones más:

  • La gestión del conocimiento personal a la que nos hemos referido varias veces, la más reciente en mayo. Cada vez que pregunto a los participantes de un taller “contéstame con un verbo ¿a ti por qué te pagan?” obtengo la misma respuesta: largos segundos de silencio, miradas perdidas… La pregunta no es difícil pero como nunca te la has hecho, te cuesta responderla. Sin embargo, la razón por la que una empresa te contrata y un cliente confía en ti es por tu conocimiento. Tu principal activo, tu tesoro más preciado, el elemento que determina tu presente laboral y condiciona tu futuro profesional es tu conocimiento. Por tanto, no existe nada más prioritario para ti que gestionar inteligentemente tu conocimiento. Y eso significa ser consciente de lo que sabes y administrarlo (evitar que caduque y al mismo tiempo incrementarlo) y tener claro lo que no sabes y vas a necesitar y definir una estrategia para aprenderlo. Ojo, personal no es sinónimo de individual, gestionar tu conocimiento depende directamente de tu capacidad de colaborar.
  • La gestión del conocimiento de un país. Vimos que lo que explica la diferencia entre los países es la brecha en conocimiento y que la razón de esa brecha no estriba en la capacidad de los individuos. Es evidente que los alemanes saben hacer cosas que los chilenos o los nigerianos no saben y eso no ocurre por suerte. Los países avanzados llevan muchos años de ventaja en lo que han aprendido, sobre todo en su habilidad para lograr acuerdos y privilegiar el “nosotros” por encima del “yo”. ¿Qué debe hacer un país situado en “mitad de la tabla” que quiere mejorar? En un planeta globalizado, no hay recetas secretas, hoy todo se sabe. Corea del Sur es un ejemplo que demuestra que sabemos perfectamente lo que hay que hacer y que además es posible hacerlo, aunque los resultados no son inmediatos. En 1950, Corea del Sur era un país pobre situado al nivel de Bolivia, Marruecos o Zambia. Medio siglo después se encontraba entre los países más desarrollados (justo lo contrario que pasó con Argentina). Uno de los pilares de este milagro fue su decidida apuesta por la educación, es decir, por invertir en conocimiento. Un ejercicio muy recomendable para empezar consiste en elaborar el mapa de conocimiento del país que debe incluir al menos 2 planos:
  1. El presente: en este plano, se trata de identificar cuál es el principal conocimiento que atesora actualmente el país y que sustenta sus ventajas competitivas y explica su posición internacional. Por ejemplo, en el caso de Chile, el país es considerado como una potencia mundial en sectores como la minería de cobre, la madera y el papel y la agroalimentación (vino, fruta y salmón). Cuando eres de los que más sabes en algo, difícilmente alguien tendrá más posibilidades de innovar que tú, aunque esta es una peligrosa arma de doble filo: La historia está repleta de empresas (y países) que llegaron a posiciones de dominio gracias a su capacidad de innovar para luego estancarse, dejar de aprender y terminar desapareciendo. Para identificar el conocimiento crítico, la pregunta que hay que responder es: ¿qué sabemos hacer mejor que otros o qué es lo más importante que hay que saber para poder cumplir con nuestros objetivos? Una vez identificado el conocimiento, la siguiente pregunta es ¿cómo lo gestionamos? La respuesta nos da paso a 2 líneas de acción complementarias:
    1. Utilizar ese conocimiento para mejorar lo que ya hacemos. Cada vez que respondemos a los cambios estamos innovando. La innovación incremental busca hacer lo mismo que antes, pero hacerlo mejor (más barato, más rápido, de mejor calidad, menos contaminante, más seguro). Se trata de una situación de bajo riesgo ya que estamos en un escenario conocido. Cada vez que aparecen nuevas tecnologías, nuestra inercia nos lleva a mantener el mismo modelo de siempre al que le añadimos la tecnología (por ejemplo, las primeras películas de la historia del cine eran obras de teatro filmadas).
    2. Utilizar ese conocimiento para hacer cosas distintas que hasta ahora no se podían hacer. Si revisamos los casos mencionados más arriba (Google, Uber, Netflix, Airbnb), se trata de modelos nuevos que no son continuidad de lo anterior y que solo son posibles gracias a tecnología que no existía anteriormente. Como en el caso de Henry Ford con el modelo T, no se trataba de hacer caballos más rápidos ni de mejorar la diligencia. La innovación disruptiva busca explotar con éxito el nuevo conocimiento.
  1. El futuro: Lo que mueve el mundo es el conocimiento. Si creemos que ni se va a detener ni dejará de crecer, entonces el futuro pertenece también al conocimiento y la palabra clave es FOCO. El mundo camina hacia la especialización. Ya lo dice el refrán, “quien mucho abarca, poco aprieta” y eso significa priorizar en favor de lo importante y asumir que no podemos hacerlo todo. Siempre es difícil renunciar, abandonar las cosas que hacíamos y nos hicieron exitosos. Cada vez que nos asomamos a un cambio, aparece la negación, tendemos a defendernos, estamos mucho más cómodos en la estabilidad. Para definir el foco, hay que formularse algunas preguntas existenciales, simples pero profundas: ¿Qué queremos ser? ¿qué nos gusta hacer? ¿en qué ámbitos existen oportunidades? ¿qué conocimiento se requiere para poder abordar dichas oportunidades? ¿lo tenemos o lo debemos adquirir? ¿lo desarrollaremos y aprenderemos y por tanto invertiremos en investigar e innovar? ¿o lo traeremos de fuera “importando” expertos? Si apuestas por convertirte en referente mundial en energías renovables, los conocimientos que se requieren son muy diferentes que si tu apuesta es por liderar el sector de la astronomía, posicionarte como un destino turístico exclusivo o como un paraíso fiscal. Y esto, a su vez impacta en el diseño de tu sistema educativo. Todo ello lleva aparejado un ejercicio de honestidad respecto del contexto y la cultura, es decir, acerca del terreno sobre el que vamos a sembrar: ¿existe un clima que favorece el aprendizaje? ¿se promueve el emprendimiento, la experimentación y el pensamiento propio o se tiende a obedecer y seguir normas? ¿se tolera o se castiga el error? Cuanta más regulación y burocracia, menos innovación.

Conclusiones: En julio de 2016, yo pesaba 107 kilos (para una altura de 1:90m). En julio de 2017, 12 meses después, pesaba 84 kilos. En 1 año bajé 23 kilos. ¿Qué hice? Nada que no sepa todo el mundo: Aprendí a comer de manera ordenada y hacer ejercicio de forma constante. El secreto no es la comida o el ejercicio, el secreto es ser ordenado y constante. Lo que hay que hacer para adelgazar está claro desde hace siglos, lo que falta es la voluntad. Cualquiera que haga lo que yo hice obtendrá resultados similares. Y por supuesto, cualquiera lo puede hacer, no hace falta estudiar un máster en Harvard. Si pesas más de lo que te gustaría, en el fondo es porque no estás dispuesto a hacer el esfuerzo que se requiere y ojo, es perfectamente entendible, simplemente le das más importancia a otras cosas. Tan solo debieses reconocerlo y no sufrir por ello. El asunto no depende de saber o de poder sino de querer. Aunque el del peso sea un ejemplo banal, es perfectamente extrapolable: Lo que se requiere para mejorar el desarrollo de un país es de conocimiento público (y al hablar de desarrollo, no me refiero a riqueza sino a equidad, a bienestar compartido). Si no lo llevamos a cabo no es porque no sea posible sino porque existe una fuerte resistencia de intereses que no están dispuestos a renunciar a sus privilegios. En la misma entrevista, Jose Maza afirma tajantemente “en Chile, durante 200 años hemos mantenido al pueblo en el analfabetismo … porque no puedes controlar 18 millones de cerebros, es mejor tenerlos en la ignorancia y que las 10 familias que controlan todo, sigan controlando todo”. Las cosas no son como son por casualidad. El ejercicio de repensar un país es un esfuerzo colectivo que solo es sostenible si nos beneficia y nos iguala a todos. Y eso significa ayudar a mejorar a quienes peor les va, asegurándonos que cuentan con conocimiento valioso. Tenemos que ser conscientes de que el futuro lo estamos diseñando con nuestros actos de hoy… ¿Se puede bajar 23 kilos en 1 año? Claro, pero hay que ir gramo a gramo. ¿Se puede mejorar el desarrollo de un país? Como acabamos de ver en Cataluña y antes en Escocia y Quebec, el concepto de país está en crisis.

El 20 de octubre participaremos en las X Jornadas internacionales de Aprendizaje, educación y neurociencias, organizadas por la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile con la conferencia “¿Cómo se enciende la chispa del aprendizaje?”


 
 
 

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