La humanidad se divide entre los que saben y los que no saben. El que  sabe tiene siempre una posición dominante. El segundo es un esclavo del otro” (Nicolás  Maquiavelo) 
                    Existen pocos  manjares más sencillos y deliciosos que un bocadillo de tortilla de patatas (o un Barros  Luco chileno). Si tengo  hambre y alguien me pide que le comparta la mitad, no me hace mucha gracia. Compartir  una cosa implica estar dispuesto a  renunciar a su propiedad y, por tanto, realizar un importante ejercicio de  generosidad. Aunque todavía vivimos sometidos a la dictadura de los átomos (y la  “añorada” tabla periódica de los elementos), no será por mucho tiempo. Meses  atrás nos referimos a que los países más desarrollados  no son productores de materias primas sino líderes  en producción de conocimiento. Casualmente, esos mismos  países son también  los más innovadores y en los que menos  tiempo se trabaja. Al revisar el ranking de las empresas más valiosas en el  año 2017 se comprueba que las 5 primeras producen intangibles. Este  físico que dirige el Collective Learning Group en el MIT insiste en que la clave para empresas y países está en la  creación de conocimiento. La materia prima actual ya no son átomos sino neuronas y  el conocimiento es el principal producto del trabajo de las 
					neuronas.
					 Apple vende  productos físicos que ni siquiera fabrica. Tendremos que repensar la definición de  capitalismo porque el capital que manda es el intelectual, que va mucho más allá de ser un término  contable. Estamos inmersos en una economía de negocios basados en  ideas donde la energía que se consume es cerebral. Eso implica que las neuronas  que necesitas para tu empresa están distribuidas por todo el planeta y no en un  radio de acción de 100 kilómetros (economía de los expertos). ¿Qué sucede si te pido que me enseñes el resultado de tu trabajo, aquello  por lo que te pagan? A no ser que seas artesano, no me puedes mostrar nada  tangible. ¿Qué bien físico recibes al comprar una entrada para un partido de  futbol o cuando pagas la 
					 mensualidad
					  de Netflix? “Salvator  Mundi” pintado por Leonardo da  Vinci es el cuadro por el que más dinero se ha pagado en la historia (386  millones de euros). Si asumimos que el marco, la tela y las pinturas utilizadas  tienen un valor residual ¿cómo se explica la diferencia? 
                      Los intangibles tienen una desventaja:  no se pueden ver, parecen no existir y por ello, nunca les hemos prestado  atención. Ignoramos todo lo que no es evidente. Jamás pensamos en la sangre o  en el oxígeno, aunque reconocemos  que son imprescindibles para vivir. El conocimiento es el  intangible que te acompaña desde que naciste. Aunque  un bebé interactúa con lo tangible (agarra, toca, chupa y mama), son sus  neuronas, todavía en fase de conexión, las que ya gobiernan a sus átomos.  Sabemos que sin neuronas no podemos vivir. El cerebro es el único órgano que no  se puede trasplantar. Nuestras organizaciones fueron diseñadas para gestionar  eficientemente los activos tangibles y todas las herramientas de gestión están  abocadas a conseguir ese fin. Y cuando la prioridad es ser eficiente, no piensas  en aprender. Pero cada vez aparecen más 
					  intangibles
					   de carácter estratégico; la  seguridad, la sostenibilidad (el medio ambiente y los derechos de las  comunidades), la innovación y recientemente la agilidad, la diversidad o la discriminación  de la mujer. Todos estos elementos nos obligan a cambiar el modelo de  organización, el concepto de empleo y el trabajo.  
                    Cuando se revisa la historia, comprobamos que nuestra civilización ha estado permanentemente gobernada  por 2 “fuerzas”: 
                        1. La jerarquía. Siempre hay alguien que manda y ejerce su dominio  sobre los demás (algo que también ocurre entre los animales). La autoridad  puede adquirirse por la fuerza, la estirpe o las creencias y hacerse llamar  jefe, líder, rey o papa. Cuando alguien domina, lo que hace es someter al resto,  que no tiene otra alternativa que obedecer contra su voluntad. Y para comprobar  que los sometidos cumplen las reglas, la herramienta favorita es el control en  sus múltiples vertientes: físico, mental, emocional, espiritual... Para que  este orden funcione, se necesita un sistema educativo muy particular que  adoctrine para que cada individuo se mantenga su lugar. Este sistema te exige: “tienes que pensar como yo te digo (y no lo  que a ti te parezca) y aprender lo que yo te diga y como yo te diga”. La  empresa no escapa de este paradigma y funciona a partir de un organigrama vertical  que representa fielmente la manera en que opera el poder. 
                        2. Las “cosas físicas” (aquellos elementos tangibles, formados por átomos  y que se pueden tocar, almacenar o transportar) y su propiedad. La  explicación es doble: las cosas se  perciben mediante los sentidos sin esfuerzo alguno mientras que los intangibles  obligan a realizar un ejercicio de abstracción. Pero, además, para sobrevivir,  los seres humanos requerimos de algunas cosas imprescindibles como alimentos, ropa, un techo, etc. Las empresas se pensaron como  máquinas para producir cosas. Curiosamente,  las cosas siempre han sido un recurso  escaso y quienes han detentado el poder de administrar esas cosas han sido los miembros de la  jerarquía… Cuando se juntan ambos principios (cosas escasas y jerarquía) se desencadena un comportamiento  peligroso que es la competencia: dado que hay carencia, 
						lucho
						 por mí propio  beneficio a costa de ganar a los demás. Es decir, se fomenta el individualismo.  El miedo apaga la parte del cerebro que nos hace colaboradores. En la sociedad trato de agradar a la autoridad  cumpliendo las normas, en la organización trato de tener contento al jefe  haciendo lo que se espera de mí, en el colegio busco satisfacer al profesor (y  sacar mejores notas que mis compañeros) respondiendo lo que me piden y en la  familia, necesito complacer a los padres. 
                    ¿A qué situación  nos han conducido estas fuerzas? El SXXI nos coloca frente a una penosa contradicción. Nunca hemos estado  mejor en la historia de la humanidad. Conozco mucha gente que probaría feliz a  vivir en otra época del pasado, pero por un tiempo limitado. Luego todos reconocen  que preferirían regresar y disfrutar de las confortables condiciones de vida  actuales. Aunque el hambre o la pobreza son lacras vergonzosas, no podemos  decir que no haya alimentos ni dinero para toda la humanidad. El problema es la  desigualdad, la manera en que la jerarquía ha decidido distribuir las cosas. Y, por otro lado, enfrentamos las  consecuencias de la manera en que hemos administrado esas cosas: la destrucción de la naturaleza (agotamiento de los recursos,  contaminación, cambio climático), la proliferación de enfermedades mentales (lo  que nos 
					está
					 matando ya no es el hambre o las guerras sino nuestro estilo de  vida) y la sensación de falta de sentido. 
                    ¿Y cómo hemos  llegado hasta ese extremo? Muy simple:  Hemos sido muy poco inteligentes o lo que es lo mismo, poco eficientes en el  uso de los átomos. Y la razón es incluso más obvia: hemos hecho un uso pobre de  nuestras neuronas, de nuestro conocimiento. La jerarquía ha preferido disfrutar  el uso y la acumulación de las cosas por sobre la producción de conocimiento y la colaboración. Como resultado,  nuestras posibilidades de emplear las neuronas para progresar han sido limitadas  y avanzaron muy lentamente. Por ejemplo, tuvieron que pasar muchos siglos para  evolucionar desde el fuego a la electricidad, al petróleo y la energía nuclear.  Esa deficiencia en la producción de conocimiento nos ha llevado a explotar los  recursos naturales hasta el punto actual de desastre ecológico ¿Qué nos podría  salvar? Tenemos el mismo 
					número
					 de neuronas que hace 10.000 años. Toda nuestra  esperanza reside en usar mejor dichas neuronas y producir conocimiento para  desarrollar energías renovables que aprovechen los recursos naturales sin destruir  el medio ambiente y accesibles de forma casi gratuita. Lo mismo pasa con la alimentación,  el transporte, la industria, la construcción, etc. Es casi seguro que, dentro  de unas décadas, nuestros descendientes se reirán de nosotros por la forma burda  en que gestionábamos los átomos. El planeta está cubierto en un 70% por agua,  pero estamos en crisis hidrológica por que carecemos del conocimiento necesario  para aprovecharla...  
                    ¿Y cómo arreglamos  este desaguisado? Necesitamos ser  más inteligentes. Empezando con un asunto de conciencia: que los que más acumulan  estén dispuestos a compartir, a ceder parte de lo que tienen, ojalá  voluntariamente. Los poderosos siempre tuvieron el monopolio del conocimiento y  nunca lo quisieron compartir. No es casualidad que el cambio se produzca en la  era donde mas gente accede al conocimiento, auto-aprendiendo y saltándose el  sistema tradicional. 
                      Pero, además, si  somos más inteligentes en el uso de nuestras neuronas podemos no solo producir de  forma más sostenible sino distribuir mejor la riqueza ¿Será posible? Solo se  puede condicionar al actual sistema extractivo promoviendo la colaboración. En  el momento en que le damos prioridad a colaborar, compartir, usar y reciclar,  entonces el hecho de producir, acumular y crecer deja de tener sentido. Y desde  ese instante, dejamos de fomentar la fabricación y acumular dinero ya no es crítico,  no hace la diferencia. ¿Cuándo ocurre eso? Cuando nuestras neuronas nos muestran  que un coche o una bici pasan el 90% de tiempo sin usarse. Entonces, cuando  puedo disfrutar su uso sin ser su propietario, ya no necesito dinero para comprarme  una bici o un coche. Tampoco necesito construir hoteles o casas cuando sus dueños  optan por compartirlas (Airbnb). Lo mismo pasará 
					  cuando
					   alcancemos el  suficiente nivel de conocimiento para producir cosas a costos mínimos, que sean reciclables y sin efecto sobre el  ambiente (por ejemplo, mediante impresoras 3D en nuestra casa). A medida que se  extiende la colaboración y desarrollamos las neuronas para producir de forma  eficiente y distribuyendo la riqueza, el insaciable modelo productivo empezará  a cambiar hacia una economía de los intangibles. No necesitaremos producir más  sino menos y mejor. El secreto está en nuestras neuronas y no en nuestros  músculos. La historia  de los granos de trigo y el tablero de ajedrez demuestran que la inteligencia siempre ha  derrotado a los átomos, especialmente a la fuerza bruta. 
                    ¿Qué diferencia a los átomos  de las neuronas? Las cosas son más fáciles de gobernar, te obedecen, las puedes manejar de forma directa  pero los intangibles al ser etéreos, no se dejan manipular y dependen de la voluntad  de su dueño. Las cosas tienen límites físicos lo que  explica que históricamente nos hemos organizado para administrar su escasez.  Los intangibles, como las ideas, no tienen restricciones y nos obligan a pensar  al revés: cómo asegurarnos de multiplicarlas y gestionar la abundancia. Las cosas se deterioran con el tiempo y se  consumen. Los intangibles pueden caducar, pero no se gastan con el uso y al  compartirlos, incrementan su valor. Las cosas son estáticas y no cambian por si solas (los átomos de una mesa no se modifican).  Sin embargo, los intangibles (sobre todo el conocimiento) son 
					dinámicos,
					 flexibles,  líquidos, se incrementan, mejoran. Los servicios se pueden personalizar (poniendo al cliente primero) continuamente  como hacen Spotify o Tesla de forma eficiente, sin apenas costos. Mientras los átomos  imponen restricciones corporales (para ver un partido de futbol tienes que  estar físicamente en un estadio a una hora especifica) los intangibles te  permiten estar en ese lugar y a esa hora sin necesidad de trasladar tus átomos. El trabajo ya no es un lugar sino un proceso mental. Los átomos te decían cuando podían pasar las  cosas (a qué hora abre un banco, qué día emiten una película que quieres ver),  los intangibles te entregan la libertad de elegir. Hasta hace poco para llamar por teléfono debías  acceder a un aparato fijo (recordemos las cabinas telefónicas), hoy un  smartphone 
					 nos
					  da flexibilidad, mañana nuestras neuronas inventarán un implante  que evitará el uso de un dispositivo físico. Estas diferencias tienen efectos  devastadores: ¿Cuánto tiempo de vida laboral les queda a los conserjes de los  edificios, a los que te atienden en una gasolinera o en un peaje o a los  conductores de todo tipo de vehículos? Les sucederá lo mismo que a los cajeros  de banco; cuando tenemos átomos haciendo el trabajo que pueden hacer las  neuronas (un algoritmo), más rápido y mejor, entonces estás lo harán. Y me  atrevo a decir que es bueno que así sea. Es hora de poner  el conocimiento a trabajar y encontrar ocupaciones mucho más desafiantes y enriquecedoras para las personas.  
                    Conclusiones: 
                        “Lo esencial es invisible a los ojos” El Principito (Antoine de Saint  Exupery). Este newsletter es un intangible que solo  es posible gracias a una combinación de intangibles que no existían hace 25  años. El mundo de los negocios está inmerso en una ola de transformación  digital que es la mejor prueba de que las neuronas han ganado. ¿Qué son los  datos sino intangibles? Blockchain, Inteligencia Artificial, Internet de las  Cosas, Deep Learning, Cloud o Ciberseguridad son ejemplos de conocimiento puro  en forma de tecnología. Pronto va a ser casi imposible encontrar una cosa que no lleve incluido conocimiento  en forma de software. 
                      En esta encuesta de Deloitte a 10.000 líderes de empresas en 140 países,  el 94% responden que “la agilidad y la colaboración”  son críticas para el éxito de sus organizaciones, pero solo el 6% dice que son  “muy agiles hoy”. Nuestras empresas muestran  signos claros de decadencia. No están diseñadas para ser inteligente sino  eficientes. Han sido buenas para “hacer”  pero malas para “pensar, idear y crear”  porque para eso se necesita conocimiento, es decir, aprovechar las neuronas de sus  integrantes. Los átomos nos han impuesto barreras físicas  que ya hemos empezado a derribar a partir de nuestras neuronas. Lo que  construiremos de ahora en adelante estará basado en 
					  intangibles.
					   Hoy ya no  importan los productos ni los servicios sino la experiencia que vive el cliente  cuando los utiliza, y esa percepción es un intangible. Y dado que los  intangibles y las neuronas que los producen residen en el cerebro de las  personas, las organizaciones no tienen otro camino que cuidar más a sus  colaboradores y mimar menos al dinero. De hecho, ya ni siquiera el  dinero son átomos (mueren las monedas y billetes, llegan las criptomonedas).  
                      Pero ojo. No estamos hablando de hacer lo mismo de siempre, pero más rápido  o más barato incorporando tecnología. Tampoco de dominar una metodología o una  serie de prácticas o procesos. Por eso no basta con contratar consultores que  te acompañen en un proyecto o impartan talleres. Se trata de un cambio  copernicano, de modelo mental, de estilo de vida. De hacerlo distinto o hacer  lo que antes no se podía. No te vuelves saludable por ir al gimnasio 2 veces a  la semana mientras el resto de tu vida sigue igual. Tampoco somos ecológicos  por dejar de usar bolsas plásticas. Obviamente el cambio que se va a producir  no puede ocurrir de la noche a la mañana. Es una transformación radical pero progresiva,  es permanente (nunca termina) pero, sobre todo, es irreversible. La gran  pregunta es ¿esperamos a que ocurra un desastre para  colocar a las neuronas en el 
					  centro?
					   Es nuestra oportunidad de pasar del  cambio como reacción a los acontecimientos a cambiar como propiedad personal,  un cambio intencionado, consciente.  
                      Eso sí, nada de todo esto es posible sin cambiar la  educación (otro intangible). El conserje o el chofer no podrán usar  adecuadamente sus neuronas si nunca aprenden. Y eso exige liquidar el sistema  adoctrinante que sigue enseñando a memorizar lo que no merece la pena porque  las máquinas lo harán mejor que nosotros. Como dice un buen amigo, si entrenamos a los niños para ser camareros, luego no podemos esperar tener adultos artistas.  Yuval Harari, autor de Sapiens y Homo Deus, comenta en este articulo reciente que la principal habilidad  que debemos enseñar a los niños es a reinventarse, es decir, a aprender ¿Dónde se compra eso y en qué envase viene? Lo más increíble de todo es que las 
					  neuronas
					   están  hechas de átomos, muy pero muy antiguos…  
                    Entre el 14 y el 16 de septiembre, en Somiedo (Asturias) participaremos en la grabación de un documental sobre Gestión del Conocimiento liderado por Daniel  Suarez, CEO de Zapiens. 
                      El 27 de septiembre en Buenos Aires participaremos  en el 14º Human Capital Forum de Argentina organizado por Managevents con  una conferencia sobre Organizaciones Inteligentes. 
                      El 11 de octubre en Medellín (Colombia)  participaremos en el XIII Encuentro Internacional RECLA “Educación Continua y Desarrollo  Sostenible” organizado por la Red de  Educación Continua de LATAM y Europa y la Universidad Pontificia Bolivariana con el taller “Innovación Educativa y Gestión del Talento Humano”.   |