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La educación a través de los ojos de un niño
Javier Martínez Aldanondo
Gerente de Gestión del Conocimiento de Catenaria
jmartinez@catenaria.cl y javier.martinez@knoco.com Twitter: @javitomar
 

 

Cuando recién aprendió a leer, mi hijo Iñigo salía disparado todas las mañanas a buscar el periódico para devorar las páginas de deportes. Hoy, 8 años después, hay que perseguirlo para que lea los libros que le mandan en el colegio… ¿qué ha pasado?
Existe al menos una ventaja que disfrutan todos aquellos que son padres sobre los que todavía no lo han sido. Y es que el mejor momento para entender cómo ocurre el fenómeno del aprendizaje es cuando tienes hijos. Dado que nos resulta imposible recordar cómo aprendimos cuando nacimos, al menos podemos observar el proceso que siguen nuestros vástagos. Y lo que descubrimos es que la manera en que realmente aprendemos los seres humanos no tiene nada que ver con lo que ocurre una vez que pisamos un aula, ya sea en el colegio, la universidad o en el mundo laboral.

Últimamente se escucha hablar por todas partes de innovar en servicios y productos poniendo al cliente en el centro, de design thinking o de mejorar la experiencia del cliente. Claro que, para hablar de empatía y ponerse en los zapatos del otro, primero hay que sacarse los propios… El modelo educativo está diseñado únicamente desde la perspectiva de los adultos sin tener la más mínima consideración por aquellos a quienes va dirigido. ¿Cómo se vive el “trauma” de pasar de casa al colegio desde los ojos de un niño? ¿Qué pérdidas afrontan a partir del primer día en la escuela?

1. Aprender es una obligación. Ir al colegio implica que estás obligado a aprender. La educación, en la mayoría de los países, no es un derecho sino una obligación impuesta por ley. Sin embargo, cuando un niño nace no hace falta forzarle a aprender. Cuando eras pequeño, nadie te obligó a aprender a caminar, a hablar o a jugar. En la escuela, aprender se convierte en una imposición. Lo que era una herramienta cautivante para crecer y lograr tus propósitos, pasa a ser una exigencia.
2. El aprendizaje depende de otros y no de ti. Nadie te tuvo que enseñar a andar. Tampoco recibiste un curso para aprender a hablar. Todos aprendimos a hacerlo porque nos interesaba explorar el mundo a nuestro alrededor y comunicarnos. El aprendizaje natural empieza siempre desde tus propios intereses. El colegio no tiene en cuenta esos intereses y en su lugar, establece un ritual donde lo que debes aprender, la manera de aprenderlo, el lugar y el momento para aprender ya no son tu decisión. Justo cuando los niños tienen conocimientos que les dan independencia (ya no dependen de sus padres para moverse, comunicarse, vestirse, lavarse, alimentarse, etc.) les arrebatamos bruscamente la autonomía. Pero se trata de un espejismo porque el aprendizaje es personal, siempre depende de uno mismo. Nadie puede aprender por ti igual que nadie puede comer o dormir por ti. La figura central en un proceso de aprendizaje no es el profesor, es el “aprendedor”. Claro que eso al sistema educativo le importa poco y te fuerza a adoptar su ritual. En respuesta, la mayoría de los niños simula que aprenden y otros directamente se rebelan (con las consecuencias que ya conocemos).
3. Adiós a la libertad. Cuándo vas a un restaurant ¿prefieres que te dejen elegir lo que vas a comer? Nuestros hijos han crecido en un entorno familiar que les permite elegir bastantes cosas y les da opción de opinar (no de decidir) en muchas otras. Cuando empieza el colegio, su posibilidad de escoger y participar se reduce prácticamente a cero. Desaparece la libertad controlada que les estábamos enseñando a gestionar en casa ¿Qué ocurre cuando te obligan a comer algo que no te gusta? Eso mismo pasa con la educación. Los niños se tienen que tragar una comida que detestan. La solución no es que hagan lo que quieran, pero ya hemos comprobado que el sistema rígido que venimos aplicando no sirve. Limitar la libertad está produciendo efectos devastadores. Se trata de ser inteligentes: si el objetivo es que aprendan, entonces, como en el ejemplo de mi hijo, tenemos que aprovecharnos de sus intereses: es perfectamente factible diseñar un modelo que recoja tanto lo que para ellos es atractivo (los deportes) como lo que nosotros consideramos imprescindible (aprender a leer).
4. Para aprender hay que acudir a un lugar físico. O al revés, si no pisas un aula, oficialmente no estás aprendiendo. Para los niños, un aula es un invento extraño que no existe hasta que llegan al colegio. Mientras tanto, no hay un lugar específico para aprender, sino que todo el universo a su alrededor ofrece infinitas oportunidades para hacerlo: tu casa y la de tus amigos y familiares, la calle, el parque, el coche, el metro, la montaña, las vacaciones… Para un niño. entrar a un aula es asomarse a un espacio artificial donde rige ese ritual inflexible gobernado por un profesor, por horarios, asignaturas, libros, exámenes y notas. Pero el impacto más dañino que tiene el aula en los niños es que les convence de que para el resto de sus vidas, el aprendizaje dejará de ser privilegio suyo para pasar a ocurrir solo en una sala de clases, gobernado por un docente que ejecuta el mismo ritual, una y otra vez.
5. Lo que hay que aprender (y cuando) ya está establecido y no se puede modificar. Todavía recuerdo cuando con unos 8 años, en el colegio nos obligaban a estudiar el antiguo testamento. En casa, el niño goza de amplia libertad para decidir sobre lo que le interesa. Juega a aquello que le gusta y cuando le apetece, averigua y pregunta lo que le llama la atención, dirige sus esfuerzos a lo que intriga su curiosidad y rara vez se queda tumbado, inmóvil mirando el techo sin hacer nada. Es muy difícil ver un niño inactivo. Y los padres, acertadamente y sin haber estudiado pedagogía, entienden que forma parte de la manera natural de crecer. Pero al llegar al colegio, alguien ya decidió por ellos lo que deben aprender sin darles ningún espacio para opinar o aportar. ¿Es importante que aprendan lo que les enseñamos? Esa pregunta no tiene posibilidad de prosperar. En la universidad pasa lo mismo, lo que es incluso peor porque crees, inocentemente, que lo que estudias te servirá para encontrar un trabajo. Cada día está planificado al igual que cada semana, mes y año. Se aprende a una hora determinada y durante un tiempo prefijado (las clases duran siempre 50 minutos). Si aprender no es el fin sino un medio para lograr objetivos, difícilmente los vamos a seducir cuando les imponemos cosas que no les importan, no entienden y no logran conectar con su vida. La uniformidad curricular es absurda. La vida nos enseña que todos somos distintos, que viviremos vidas propias y haremos cosas diferentes. Por tanto, es ridículo que todos aprendan lo mismo, al mismo tiempo, en el mismo lugar, al mismo ritmo y de la misma manera.
6. La forma de aprender también es impuesta y antinatural. Si algo caracteriza el proceso de aprendizaje de un recién nacido es el ensayo y error. No existe la teoría, no hay contenidos, tampoco profesor ni exámenes. Todo se basa en aprender haciendo. Y no conozco ningún bebé deprimido por la dificultad de aprender a caminar o hablar que haya decidido esperar a ser mayor para hacer un curso para aprender esas habilidades. Los niños no parecen desanimarse intentándolo, se sienten cómodos viviendo las consecuencias de sus experimentos y corrigiendo los errores. Pero cuando llegan al colegio, rápidamente deben asumir que, a partir de ese momento, aprender significará “escuchar y repetir”. El colegio nos ha engañado haciéndonos creer que el conocimiento se transmite mediante explicaciones del profesor al alumno o leyendo un libro de texto. Y aparecen multitud de otras prácticas que se convierten en regla:

  • En casa no competía con nadie y le insistían en la necesidad de colaborar. En el colegio el niño compite encarnizadamente y aprende la importancia de ganar a sus compañeros.
  • Antes obtenía ayuda cuando la necesitaba y recibía feedback positivo (tanto de reconocimiento como para corregir sus equivocaciones) mientras que en la escuela apenas recibe ayuda y la mayoría del feedback es negativo.
  • Antes preguntaba lo que le inquietaba, pero en el colegio hay poco espacio para las preguntas, más bien le valoran por sus respuestas (pronto se da cuenta de que existen respuestas correctas que son más “convenientes” que sus respuestas originales). Aprender siempre surge de la pregunta. El niño se hace una pregunta cuando algo le interesa, no lo sabe y le importa saberlo. En el colegio las preguntas no surgen del niño, sino que se espera que respondan a preguntas que no son suyas. Pero no aprendes mientras la pregunta no te interesa ni la necesitas. La creatividad consiste en plantear preguntas interesantes que desafían lo establecido.
  • En casa se puede permitir priorizar sus intereses, ser “bueno” en algunas cosas y no en otras. En el colegio no se lo puede permitir, debe ser bueno en todo. En casa, decide la “dosis” de lo que quiere saber mientras el colegio te abruma con curriculums inmensos.
  • En casa, dispone de multitud de herramientas en las que apoyarse para profundizar en lo que le deslumbra (computador, celular, TV, padres…) pero en la escuela, todas esas alternativas están prohibidas y solo puede usar lápiz y papel.
  • En casa se mueve, se tumba, corre, salta… En el colegio, pasa la inmensa mayoría de su tiempo sentado en un pupitre mirando a una pizarra donde alguien presenta materias durante horas.
  • En casa, los niños hacen ruido, gritan, cantan, se ríen, hablan sin parar. En la escuela, deben guardar un silencio solemne y los momentos para hablar están delimitados (cuando les autorizan o les preguntan). Violar esos límites está penalizado.
  • El espacio físico (y el momento) para jugar e interactuar con el resto de los amigos es el recreo y está claramente delimitado. Es el mejor momento del día, pero es la actividad más corta y una sirena recuerda cuando finaliza. En casa, el recreo dura toda la jornada, casi siempre se puede jugar e interactuar con otros y no hay sirena.
  • En muchos colegios todavía se requiere llevar determinada ropa (uniforme), determinada longitud de pelo y se sigue separando a los niños de las niñas o a aquellos que tienen dificultades de aprendizaje.
  • Lo que hay que aprender está dividido en asignaturas que no tienen ninguna conexión entre sí. En casa no hay asignaturas, todo está mezclado y cada día es diferente, hay curiosidad, hay descubrimiento y, sobre todo, sorpresas.
  • La principal metodología que utilizan tus padres para enseñarte es el ejemplo y las historias (a todos los niños les entusiasma escuchar una historia antes de dormir). En el colegio las historias desaparecen.
  • Como veremos en otra columna, somos seres emocionales, aprendemos a través de los sentidos. Pero el colegio lo ignora y centra el modelo educativo en la razón y el intelecto.

7. El error como vergüenza a evitar. El error no solo es el principal disparador del proceso de aprendizaje, sino que es un compañero inseparable de todos los niños desde que nacen. Cada niño es una máquina de equivocarse con la comprensión casi absoluta de sus padres. En casa, los niños no se muestran incomodos con las dificultades o por no saber algo, al contrario, son los alicientes que les mueven a aprender. De hecho, si no hay un adulto para reprenderlos, ni siquiera saben que el error exista ni son capaces de sentir miedo de equivocarse. El cerebro, por diseño, aprende bien de lo malo que nos sucede y aprende mal de lo bueno. Hacemos más esfuerzo en evitar que se repita lo que nos amenaza (morir atrapado por un carnívoro) que lo que sale bien (sobrevivir, que es algo que ya disfrutamos). Somos una cultura castigadora, ponemos más énfasis en la equivocación que en la felicitación. Pero un error es únicamente un camino que no me sirve para lograr lo que persigo. Cuando algo no funciona como se esperaba, los niños simplemente lo corrigen, tratan de aprender para no repetirlo y prueban otra estrategia distinta. Una vez que llegan al colegio, se dan cuenta de que no saber está penalizado y crea tensión. Fallar tiene consecuencias graves. Los errores conducen a las malas notas y a la etiqueta de niño tonto. Aprenden a avergonzarse del error. Lo más grave es que el error se convierte en un tabú que genera 2 comportamientos funestos que permanecerán de por vida: si tengo miedo de equivocarme, o bien no lo intento para no sufrir las consecuencias o si fracaso, haré todo lo posible por ocultarlo y que nadie se entere.
8. En casa el niño vive en un entorno que confía en él y le quiere. Es evidente que necesitamos aprender a desenvolvernos en diferentes circunstancias. Pero ese proceso debe ser gradual y proporcional. Los niños pasan abruptamente de ser queridos (idolatrados muchas veces) y ser el centro de atención de la familia a un contexto muy poco acogedor e incluso amenazante. Cuando llega a la escuela, el niño pierde identidad, pasa a convertirse en un numero en una lista, en un apellido. Mientras en casa le admiran, en el colegio le vigilan. En casa le escuchan, pero en la escuela nadie le escucha. Relacionarse con todo tipo de personalidades, hacerse valer, fortalecer la autoestima son inversiones para toda la vida, pero muchas veces, el desafío es excesivamente drástico y demasiados niños carecen de las habilidades mínimas para afrontarlo.
9. Lo único que importa es el resultado. Cuando un niño termina un año escolar, nadie le pregunta qué aprendió sino cómo le fue, es decir, qué notas sacó. En casa, no se pone nota a los hijos, sino que se les acompaña en su evolución y se les ayuda cuando tienen problemas que no pueden solventar. Mi hijo Pablo me preguntaba días atrás ¿se puede viajar en el tiempo y estar en 2 sitios a la vez? Puedes estar tranquilo respecto de la “inteligencia “de tu hijo en función de las preguntas que te hace más que de las notas que saca. Para demostrar que sabes de algo, no necesitas hacer un examen. Y para llegar a saber tampoco hay que estudiar y memorizar sino aprender y, sobre todo, practicar. Tenemos un sistema educativo que exige resultados de rendimiento, no de aprendizaje. Pensar es más lento que aprender de memoria. Reflexionar implica volver a mirar, revisar, dudar, preguntar, discutir, modificar… Estimular requiere tiempo que es justo lo que nadie tiene porque “hay un programa y unos contenidos que cubrir así que tenemos que avanzar lo más rápido posible...” En el colegio, los niños no crean su propio conocimiento, sino que repiten el de otros. No aprenden a pensar y decidir sino a obedecer. Dice el filósofo Emilio Lledó “El asignaturismo, hacer exámenes continuamente, es la muerte de la cultura”.

Conclusiones
¿Cuántos niños conoces entusiasmados con el colegio? El mensaje del sistema educativo es aterrador: “olvídate de lo que hacías en casa, aquí hay que seguir instrucciones y evitar equivocarse” Nuestros hijos nacen con alas, las empiezan a utilizar y disfrutar pero se las cortamos ¿Porque aprender pasó de ser fascinante a ser tan restrictivo? ¿Cómo medimos la frustración de millones de niños (y sus familias) durante millones de días desperdiciando energía, sufriendo, auto culpándose…? ¿Como se vive ese proceso desde los ojos de los niños? Como una tortura. Asumen que aprender consiste en estudiar y es aburrido y que lo que les interesa a ellos no es importante y lo tienen que relegar. No dan todo lo que tienen, no florecen, sino que hacen lo mínimo imprescindible. Los que no sacan buenas notas o se les dan mal determinadas asignaturas se sienten inferiores. Es difícil que te vaya bien en algo que no te gusta ¿Como se entiende que esas máquinas de aprender de repente se hayan vuelto indolentes? Preferimos mentirnos y culpar a los niños de que no quieren aprender e insistir con más fuerza en obligarles. Pero como nos demuestran en casa cada día, todos los niños quieren aprender lo que les interesa y a su propio ritmo. La solución no consiste en seguir insistiendo en lo que no funciona sino en proponer un modelo coherente con lo que vivieron desde que nacieron. Es obvio que los adultos decidiremos qué es importante que aprendan, pero podemos preparar un “menú” muchísimo más apetecible y útil. La autoridad, la responsabilidad, el respeto, las normas, la disciplina y el esfuerzo están presentes en casa y siguen siendo pilares de este nuevo menú. Pero lo que realmente le debemos exigir al sistema educativo no es que te enseñe “cosas”, sino que te entusiasme con aprender, que se asegure de que lo disfrutes para que aprender se convierta en un mantra para toda tu vida. Somos grandes autodidactas, el mejor profesor eres tú mismo, te pasas la vida aprendiendo y no puedes depender de que otros te enseñen lo que necesitas. Y ningún ente externo tiene el derecho de decidir si eres inteligente en función de una serie de parámetros arbitrarios.
Todo lo que hace el niño es buscar lo que le interesa y dedicarse a ello de lleno. El colegio debe tener como único objetivo asegurarte que averigües lo que te puede entusiasmar, descubrir tus talentos, aquello que te surge de forma natural. El “examen final” debiese consistir en presentar tu propio proyecto de vida, imaginando tu lugar en el mundo y con un plan para avanzar hacia ello. Porque una vez encuentras lo que te apasiona, nadie tiene que obligarte a aprender.

El 8 de mayo en Barcelona participaremos en el lanzamiento del libro “Aprender en las Organizaciones de la Era Digital”, segunda obra de Jesús Martinez.
El 9 y 10 de mayo también en Barcelona participaremos en el congreso “EDO 2018 Liderazgo y gestión del talento en las organizaciones” organizado por la UAB. El 9 estaremos en el simposio “El rol de Recursos Humanos y de Formación en el desarrollo profesional y gestión del talento” y en el taller de La Isla de los Pájaros. El 10 estaremos en el simposio “Aprendizaje social y corporativo a través de las Comunidades de Práctica: experiencias consolidadas”.
El 11 de mayo en San Sebastián, participaremos en las Jornadas de innovación educativa cuyo foco este año es Escuelas que aprenden organizado por los Berritzegunes del Departamento de Educación del Gobierno Vasco


 
 
 

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